¡Hola a todos!
Quiero estrenar mi blog sobre libros con una reseña sobre este maravilloso libro: El Nombre del Viento, de Patrick Rothfuss.
El Nombre del Viento llegó a mis manos una tarde que estaba de compras. Había oído hablar de él por boca de una amiga y me dije ¿por qué no? Así que lo compré. Creo, y no exagero, que ha sido uno de los libros en los que más a gusto me he gastado el dinero, pues mientras lo leía disfruté como una niña, y cuando terminé de leerlo me dejó con muy buen sabor de boca ¡y con ganas de leer más sobre la historia de Kvothe!
El Nombre del Viento es una obra de fantasía heróica, ambientada en Los Cuatro Rincones de la Civilización. El narrador es Kvothe, un simple y aburrido joven dueño de la posada Roca de Guía. Kvote nos cuenta su increíble historia, llena de aventuras, de traiciones y magia. Es la primera parte de la trilogía Crónica del Asesino de Reyes, que constituye el primer día de la narración, donde descubriremos el verdadero pasado de Kvothe y sus andanzas.
La historia de Kvothe comienza con su infancia como miembro de una familia de artistas itinerantes, los Edena Ruh, formada por músicos, actores, acróbatas y juglares. En este ambiente crece convirtiéndose en un niño prodigio para la música y los cuentos, alegre y diplomático. Un día, viajando con su familia para una función, conoce al arcanista Abenthy, al que invita a unirse a su troupe después de oírle pronunciar una magia imposible: el nombre del viento. Abenthy descubre en Kvothe un talento natural y decide convertirse en su primer maestro. Kvothe sin duda tiene algo más que simple talento natural y su aprendizaje avanza a una velocidad inesperada, pero un día Abenthany (o Ben, como lo llama Kvothe) debe dejar la troupe, interrumpiéndose así la educación de Kvothe. Poco tiempo después la troupe es asesinada por los Chandrian, unos seres legendarios de pesadilla, quienes actúan sin motivos aparentes.
Así es como Kvothe se fija un objetivo: entrar en la Universidad.
Una historia de superación como ninguna otra.
Os dejo el prólogo:
Volvía a ser de noche. En la posada Roca de Guía reinaba el silencio, un silencio triple.
El silencio más obvio era una calma hueca y resonante, constituida por las cosas que faltaban. Si hubiera soplado el viento, este habría suspirado entre las ramas, habría hecho chirriar el letrero de la posada en sus ganchos y habría arrastrado el silencio calle abajo como arrastra las hojas caídas en otoño. Si hubiera habido gente en la posada, aunque solo fuera un puñado de clientes, ellos habrían llenado el silencio con su conversación y sus risas, y con el barullo y el tintineo propios de una taberna a altas horas de la noche. Si hubiera habido música... pero no, claro que no había música. De hecho, no había ninguna de esas cosas, y por eso persistía el silencio.
En la posada Roca de Guía, un par de hombre, apilados en un extremo de la barra, bebían con tranquila determinación, evitando las discusiones serias sobre noticias perturbadoras. Su presencia añadía otro silencio, pequeño y sombrío, al otro silencio, hueco y mayor. Era una especia de aleación, un contrapunto.El tercer silencio no era fácil reconocerlo. Si pasabas una hora escuchando, quizá empezaras a notarlo en el suelo de madera y en los bastos y astillados barriles que había detrás de la barra. Estaba en el peso de la chimenea de piedra negra, que conservaba el calor de un fuego que ya llevaba mucho rato apagado. Estaba en el lento ir y venir de un trapo de hilo blanco que frotaba el veteado de la barra. Y estaba en las manos del hombre allí de pie, sacándole brillo a una superficie de caoba que ya brillaba bajo la luz de la lámpara.El hombre tenía el pelo rojo como el fuego. Sus ojos eran oscuros y distantes, y se movía con la sutil certeza de quienes saben muchas cosas.La posada Roca de Guía era suya, y también era suyo el tercer silencio. Así debía ser, pues ese era el mayor de los tres silencio, y envolvía a los otros dos. Era profundo y ancho como el final del otoño. Era grande y pesado como una gran roca alisada por la erosión de las aguas de un río. Era un sonido paciente e impasible como el de las flores cortadas; el silencio de un hombre que espera la muerte.
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